"...las cosas invisibles necesitan encarnarse, las ideas caen a la tierra como palomas muertas"

sábado, 17 de mayo de 2014

Adicto a las palabras



(las nuevas etapas requieren presentaciones)


               Buenas noches (si desea, intercambie el sustantivo propuesto por aquel que describa el momento del día que lo apresa actualmente), mi nombre es Darío Kullock, y soy adicto a las palabras. Esta es la primera oportunidad en que me dispongo a admitir públicamente y enfrentar mi enfermedad. Sufro una dependencia de características congénitas, ya que fue heredada de mis progenitores, también víctimas de este flagelo. Desde mi más tierna infancia fui incentivado por ellos, y empujado al enmarañado camino sin retorno que supone adentrarse sin reparos en el Universo ambivalente de la literatura. Mi temprana iniciación tuvo como objeto de fascinación amigables construcciones ficticias, tales como “Dailan Kifki” o “El Principito” –cuya rosa espinada continúa floreciendo consistentemente en mis jardines reflexivos-. No conforme con únicamente consumir palabras, el desarrollo de mi adicción a lo largo de los años me ha llevado a convertirme también en un inescrupuloso traficante, proveedor de estupefacientes, aprovechador de aquellas almas en pena que buscan una escapatoria a su cárcel mundana.

               Al igual que cualquier otra droga, las palabras inscriben como ventaja esencial la capacidad de trasladar al lector a mundos alternativos, frecuentemente más desafiantes y estimulantes que el que arbitrariamente elegimos llamar “real”. Ese del que nos persuadieron que es el real. De la misma manera, la contraindicación primigenia de la literatura es el aislamiento de ese fastidioso y anodino entramado de burócratas y autómatas. En mi caso particular, el síntoma más grave de mi patología fue la anti-sociabilidad. Planteado el esquema precedente, la estructura del círculo vicioso es insoslayable: entre más rienda suelta le da uno a su adicción, más borrosas se vuelven sus relaciones interpersonales y más insípido el exterior; cuando ese exterior impiadoso nos muestra la espalda y nos cierra las puertas, la amistad –o, incluso, el enamoramiento- con los personajes de los libros, deja de ser un antojo y se convierte en una necesidad.

                Con el objetivo de no escapar por la tangente entre medio de arquetipos taxativos, vuelvo al hilo conductor de la historia personal que me convoca aquí (o allí, donde se encuentre usted). Al finalizar el dilatado suplicio conocido como educación obligatoria, recibido sin ningún honor ni salvaguarda de uno de los secundarios más prestigiosos del continente, habiendo ya transitado por los callejones de la Londres de Oscar Wilde, los bares de la Dublin de James Joyce, o las montañas borrascosas de la Tierra Media de J. R. R. Tolkien, resolví con celeridad una de las encrucijadas más perniciosas de la existencia del ser humano promedio. La determinación de embarcarme en la intrascendente profesión de Periodismo Deportivo, alejándome del legado familiar de la docencia y los pretensiosos recintos del saber de grandes universidades reconocidas mundialmente, vino aparejada con el infortunio de ser tildado, en alguna ocasión, de iconoclasta. No obstante, al poco tiempo de terminar la liviana carrera comprendí que sólo deseaba ser Periodista, sea cual fuera el adjetivo que modificara el oficio. Hoy, en este humilde acto de desnudez emocional, ante mis propios ojos, que se pasean incrédulos sobre las letras que le dan forma a esta declamación, puedo asegurar que lo único que quiero hacer es escribir.

                Siempre fui un hombre de poco diálogo. En parte, claro, se debe a mi moderada pero ya bien conocida misantropía. Sin embargo, el motivo esencial, sin lugar a dudas, nace de la honda convicción de la necesidad de cuidar las palabras. Denostadas, denigradas y cooptadas, las palabras atraviesan una crisis cuasi terminal, y el vocabulario que da música a la raza humana se encuentra en franca decadencia. Es por eso que finalmente decido entregarme pertinaz a mi adicción, y alzarme en armas para defender mi último refugio de sosiego ante una sociedad intelectualmente adormecida y comunicativamente desbordada. Si usted, lector, acepta el desafío de acompañar esta cruzada, destinada invariablemente al fracaso rotundo, lo invito a oxidarse conmigo. Tal vez, con algo de fortuna, podamos al menos disfrutar de una derrota revestida de algo de belleza. 



Darío Kullock


(encontrala también en https://www.facebook.com/notes/dario-kullock/adicto-a-las-palabras/10152343514878412)

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