"...las cosas invisibles necesitan encarnarse, las ideas caen a la tierra como palomas muertas"

domingo, 18 de mayo de 2014

Insomnia


(el insomnio tiene nombre y forma de mujer) 


                  Esa noche intenté apaciguarme. Lo juro. Esa noche no tomé nada. Me pegué una ducha y me acosté temprano, en el iluso afán de eludir un poco la angustia que fertilizaba y florecía. La quietud del barrio hizo su mejor esfuerzo por colaborar con mi empresa. Conseguí sumergirme en la oscuridad, haciendo uso de toda la calma que encontraba a mi alcance. Nada. Los mismos fantasmas de siempre, atormentando mis predicciones, guiándome invariablemente a tu desaparición repentina y, todavía, inexplicable. Ya se volvió costumbre, especialmente en noches torrenciales como esta. Las primeras gotas de lluvia empezaban a repiquetear en las chapas de una Buenos Aires que se preparaba para recibir una descarga de proporciones bíblicas. Los relámpagos abrían surcos en el cielo negro azabache, como puñales intentando desgarrar las vísceras de los Dioses inmisericordes. Los truenos amenazantes me susurraban tu nombre al oído y yo no podía dormir pero, peor aún, no podía dejar de pensar en vos.        

                   Mientras mi respiración se aceleraba paulatinamente, la fiebre empezaba a apoderarse de mis neuronas. El foco de luz que sigo sin arreglar, tal vez por cariño a su sentimiento de mal agüero, empezó a parpadear sin solución de continuidad e iluminar la habitación con intermitencia desquiciante. Analizando en retrospectiva, fue en ese momento que crucé la delgada línea que separa la obsesión y la inconsciencia, creo. Al tiempo que mis globos oculares giraban violentamente de derecha a izquierda buscando una señal de vida, pude divisar sigilosamente cómo esa sombra siniestra se escurría por entre las rendijas de la puerta desvencijada de mi habitación. La marea de mi racionalidad empezaba a agitarse nuevamente, dejando pequeños intersticios que estas fuerzas regentes de la demencia aprovechaban para inmiscuirse en las áreas más vulnerables de mi psiquis. El espectro se paseó unos instantes por mis pisos de madera, deslizándose con parsimonia infinita, para luego llegar a olfatear el humo que emanaba de mi cráneo candente, lo cual pareció dejarlo satisfecho. Inicialmente, al menos.

                    Así como si no dudara de su propia existencia y se creyera parte de este mundo, se arrellanó en el sillón de mimbre de enfrente de mi cama, y posó su mirada inquisidora sobre mis maquinaciones. Lentamente, la sombra indefinida fue tomando la forma inconfundible del insomnio que me esclaviza noche tras noche. No es que se presente siempre con el mismo traje, no me malentiendan. El insomnio es multiforme. Es un misterio su apariencia real. Tal vez no la tenga. Tal vez sea diferente para cada uno. Tal vez, descubrir la propia sea llegar un poco al fondo del asunto. Ese día, para mis ojos rojos y furiosos, tenía forma de vos. Tu metro cincuenta, tu mirada perversa. Unos tatuajes que podrían ser los tuyos, aunque serpenteaban sobre tu piel frenéticamente; parecían acecharme, a punto de saltarme encima. Y tu sonrisa angelical, escondiendo siempre una morbosidad perturbadora. Y observándome, detenidamente, sin mover un músculo, expectante. No sé qué esperaba. Que me rinda, quizás. Que mi cerebro eclosione, de una buena vez por todas. Yo también coqueteo con esa idea, a veces. Llevar el caño a la sien, apretar bien las muelas… no, no, mucho laburo. Además, esa es la salida fácil. Lo difícil es quedarse por acá, aguantando los trapos, buscando razón. Espié una vez más, por el rabillo del ojo, y seguía ahí, imperturbable, inamovible. Mediando un esfuerzo hercúleo y recurriendo a lo poco que me quedaba de consciencia, logré emitir un hilo apenas perceptible de palabras, para preguntarle (o preguntarte):

 -¿Por qué viniste? ¿Qué querés de mí? ¿Qué camino te trae al mío?-

 -Siempre con tantas preguntas. Al borde del abismo, mirando a la oscuridad a la cara, seguís teniendo curiosidad.-

 -Y vos siempre con tantas evasivas. Hace una eternidad que no sé nada de vos, y seguís sin responderme.-

 -¿Qué esperabas de mí? Si yo ya estoy del otro lado.-

 -Que te quedaras. Esta vez, esperaba que te quedaras. O que me llevaras con vos.-

 -¿A dónde pretendías que te lleve mi tormenta? Vos sabías en qué lío te metías…-

 -No lo sé. No me interesa. Llevame a donde quieras, al fin del mundo, al fin del tiempo… donde sea. Pero bien lejos de mi pellejo, no lo soporto más.-

-Todavía no te podés escapar. Todavía no podés venir. Hoy no. Además, ya está asomando el Sol. Tengo que volver.-

-No te vayas de nuevo. No me dejes acá. No sé a dónde vas, no puedo seguirte. No te vayas.-

-Si me quedara con vos, ya no me querrías.-

                 Me dormí con esas palabras retumbando en mis tímpanos. Cuando volví a separar los párpados, ese fue el único movimiento que pude realizar: la parálisis de nuevo, cada vez más familiar. Bajé las revoluciones y aguardé pacientemente a que mi sangre empezara a fluir, paseando mi mirada por el techo gris, descascarado. Por algún motivo que aún no logro dilucidar, de fondo maquillaba mi espera la dulce agonía de los acordes de Brain Damage, a pesar de que no recuerdo haber dejado el equipo de música encendido antes de dormirme. Tampoco recuerdo que mi bibliotecario me haya devuelto el único ejemplar de The Dark Side of the Moon que poseo, y que tan amablemente accedí a prestarle. Detalles. Unos segundos después, recuperé la movilidad y abandoné momentáneamente mis desvaríos. Lo primero que hice fue entrar a Internet y poner a la venta mi sillón de mimbre. Si volvés a visitarme, vas a tener que acostarte al lado mío.




Darío Kullock

(encontrala también en https://www.facebook.com/notes/dario-kullock/insomnia/10151829338718412)
 

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